RAMÓN VECINO - BASILIA MARTINEZ DE VECINO.
Fotos personales tomadas el 16 de octubre de 2021 y el 3 de junio de 2022
Siempre es bueno volver a recordar las características y los creadores de las muchas obras arquitectónicas y de arte que encontramos en la Recoleta. Acompaña a estas imágenes una descripción de algunas de esas obras.
RECURSO. El Cementerio de la Recoleta.
El Cementerio del Norte fue diseñado en 1822 por el francés Próspero Catelin, autor del pórtico catedralicio y responsable de la obra pública por encargo de Rivadavia, ministro del gobernador Martín Rodríguez. Es el cementerio público más antiguo y fue trazado en el huerto del Convento de los Recoletos, un espacio extramuros expropiado durante las reformas rivadavianas. Torcuato de Alvear, primer intendente capitalino, encarga en 1881 la reforma del camposanto al arquitecto Juan Antonio Buschiazzo, con quien emprendió un ambicioso plan que incluyó la apertura del Cementerio del Oeste y de la Avenida de Mayo, entre otras obras. Para las necrópolis concibió pórticos de inspiración greco-romana. En tanto “ciudad eterna de los muertos” multiplica simbólicamente, como una silenciosa caja de resonancia, los ecos bulliciosos de la “ciudad exterior de los vivos”, espejando la evolución estilística de su arquitectura pública y privada como expresión aristocrática de prestigio social y económico. Con el devenir de los años se ha transformado en virtual Panteón Nacional por concentrar el mayor número de sepulcros históricos, una idea liberal de antigua data retomada por la CNMMyLH, aunque buscando superar una visión que se circunscribió a los próceres ilustres, hombres civiles, militares y religiosos –y algunas pocas mujeres– protagonistas de la Revolución de Mayo, las Guerras de la Independencia, del Brasil y del Paraguay, así como de la Organización Nacional y la Conquista del Desierto; las nóminas incluían presidentes, políticos, militares, magistrados y hombres de las ciencias, las artes y las letras. La Recoleta atesora obras del arte funerario de invalorable mérito artístico, realizadas por afamados arquitectos y escultores en los siglos XIX y XX.
Sergio López Martínez.
La Recoleta se había consolidado naturalmente como Panteón Nacional debido al carácter centralista del proyecto político triunfante, una idea nunca materializada de inicios del siglo XIX que había sido retomada por la Comisión de Monumentos en 1939, resurgiendo en 1970 bajo la forma de “Altar de la Patria”. Sus muros centenarios cobijan los mausoleos históricos de presidentes y vicepresidentes, y atesoran un rico patrimonio escultórico de célebres artistas argentinos y europeos, especialmente franceses e italianos; esta última herencia evidencia la influencia del arte funerario de los cementerios de Pére-Lachaise (París) o deStaglieno (Génova). La construcción de suntuosos panteones por parte de la élite y las clases dirigentes fue multiplicándose entre fines del siglo XIX e inicios del XX; buscando competir en altura mediante exquisitas cúpulas, opulentos templetes, sobrios peristilos y elaboradas esculturas, estas joyas que lucían los resplandecientes palacios, templos y edificios públicos de la enriquecida ciudad portuaria recalarían entre los recoletos muros y diagonales de la necrópolis porteña. Los estilos del pasado desembarcarán por encargo de ricos estancieros y antiguas familias unitarias o federales, transformadas después de Caseros y Cepeda en una oligarquía monolíticamente constituida con maridajes entre apellidos patricios y de prósperos inmigrantes. Los panteones erigidos entre 1810 y 1860 lucen la sencillez propia del Neoclasicismo y del Neorrenacimiento, visible en el Panteón de Ciudadanos Meritorios (1825-50), cuyos sepulcros que honran a Cornelio de Saavedra, Antonio Sáenz, Marcos Balcarce, Gregorio Perdriel o al Deán Funes, se resuelven con lápidas, sarcófagos, columnas votivas, obeliscos y pedestales coronados con vasos, urnas o plintos. Similares características muestran la lápida de Remedios de Escalada de San Martín (1824), encargada por el Libertador, y el sepulcro con columna truncada de Nicolás Rodríguez Peña (1831). La tumba del General Juan Terrada (1824) posee pedestal coronado con urnas funerarias, y el de Juan Ramón González Balcarce, un obelisco facetado con lápidas en sus caras; en cambio, el de Miguel de Azcuénaga (1833) presenta un cuerpo compacto de formas del tipo mastaba, puestas en boga por las excavaciones napoleónicas realizadas en Egipto, similar al del caudillo federal Manuel Dorrego. El de Bartolomé Mitre es obra de Eduardo Rubino con figuras alegóricas de “La Libertad”, “El Deber” y “La Justicia”. Víctor de Pol realizó en 1889 el de Domingo Faustino Sarmiento, cuyo obelisco masónico está coronado por un cóndor con sus alas desplegadas. Adolfo Alsina, su vicepresidente, posee un magnífico mausoleo de 1915: una obra de Margarita Bonnet concluida por Ernesto Dungon, con su figura en mármol y altorrelieves de “La Navegación”, “La Agricultura”, y “La República”. El del presidente Nicolás Avellaneda, bellísima escultura realizada en 1908 por el francés Jules Félix Coutan, presenta una estela con un medallón con su retrato y la figura lánguida de “La Esperanza”. Julio A. Roca se encuentra sepultado en la bóveda familiar, dispuesta sobre un cruce de avenidas y antecedida por un pequeño atrio; posee abundante decoración de repertorio clásico. El mausoleo de Carlos Pellegrini lleva firma del francés Marius-Jean-Antonine Mercié, y fue erigido en 1913 por el Jockey Club en homenaje a su fundador. La bóveda proyectada por Alejandro Christophersen para la familia de Marcelo T. de Alvear, alberga también los restos de su abuelo, el general Carlos María de Alvear, y de su padre, Torcuato de Alvear, intendente que reformara el cementerio. El arte funerario producido en el último cuarto del XIX puede apreciarse en los mausoleos de Florencio Varela o Díaz Vélez, en donde persisten algunas formas y materiales precedentes, pero utilizando cúpulas y tonalidades del Carrara para distinguir fajas horizontales a la maniera italiana. La antigua gruta-sepulcro del general Tomás Guido (c. 1866) es un exótico ejemplo de espíritu romántico y acabado rústico pintoresco. El tipo funerario más utilizado entre 1860 y 1880, como el sepulcro de Ambrosio Plácido Lezica (c. 1881), responde al recinto sepulcral compacto de Carrara gris y blanco, órdenes greco-romanos y figuras femeninas ataviadas con ropajes clásicos con la mirada baja como expresión clásica de duelo. El mausoleo del director supremo Juan Martín de Pueyrredon fue diseñado por su hijo, el ingeniero, arquitecto y pintor Prilidiano Pueyrredon. El sepulcro, del tipo pedestal con columna y repisas sostenidas por balaustres de Carrara, remata en una urna funeraria. Es una creación simple pero lograda, que sintetiza formas neoclásicas y neorrenacentistas. El sepulcro del almirante Guillermo Brown fue levantado por su viuda Elizabeth Chitty en honor al padre de la Armada Argentina. Es un modelo de columna votiva con capitel corintio y corona con trofeo naval decorada con bajorrelieves que ilustran la saga de batallas navales y glorias obtenidas en las guerras de la Independencia, del Brasil y durante el bloqueo anglo-francés. La tumba de Mariquita Sánchez de Thompson y de Mendeville (1870) es del tipo escultórico torneado, con columnas laterales con cruces y antorchas invertidas. Los panteones de Luis Vernet –primer gobernador de las Islas Malvinas– y de Juan José Paso (1866), poseen tímpanos triangulares, mientras que el de Juan José Viamonte (1879), ojivas neogóticas. Un nutrido grupo escultórico gira en torno a la idea de columna votiva, como las de Marco Avellaneda, de Voegele-Biggi. Lucio Correa Morales fue autor del sepulcro de la maestra Emma Nicolay de Caprile (1884); Alberto Lagos de la figura de Wenceslao Paunero, y Rafael Hernández inmortalizó al proyectista de la ciudad de La Plata, Pedro Benoit y a su mujer, en el que se aprecian la escuadra y el compás masónicos. El prolífico Luis Perlotti es autor del Panteón de Juan Lavalle y de los Guerreros del Paraguay, custodiado por un soldado y un marino, que aloja los restos del pintor Cándido López. El del gobernador Martín Rodríguez (1924) es obra de Arturo Dresco; en ella aparece de escorzo, sentado sobre una banqueta, vistiendo capa y uniforme. Entre la producción francesa sobresale el cenotafio de Lucio V. López (c. 1894), de Jean Alexandre Falguière. El mausoleo de Ramón Falcón pertenece al tipo erigido a militares glorificados por la Generación del 80 y su tiempo y fue esculpido con maestría por Léon-Ernest Drivier, discípulo de Rodin; está coronado por un grupo espectacular que representa la feroz lucha entre un joven apolíneo y una esfinge monstruosa, con pechos de mujer y cuerpo de león, y su garra extendida en un intento brutal de estrangulamiento. El mausoleo del médico y científico Francisco Muñiz (1897-98), quien murió atendiendo a los enfermos de fiebre amarilla en 1871, fue encargado al escultor Ettore Ximenes. Una bella figura alegórica sostiene la vara de Esculapio, escoltada por un obelisco con su busto que aloja frisos que ilustran los episodios centrales de su vida: las campañas militares de Lavalle, la paleontología, y la vacunación contra la viruela. El Monumento a los Caídos en la Revolución de 1890 guarda los restos mortales de Leandro N. Alem, de Hipólito Yrigoyen y de Arturo Illia. La obra arquitectónica fue encargada al arquitecto francés Ulrico Courtois en 1892, y consta de nichos laterales neodóricos y tres pedestales superpuestos que sirven de soporte a las esculturas conmemorativas. Los bronces pertenecen al escultor español Emilio Cantillón, integrante de la tertulia “La Colmena Artística”. En la década de 1920 se edificó una serie de mausoleos que se inscriben dentro del Art Déco, como el antiguo mausoleo de José María Paz (1928) –hoy inhumado en la Catedral de Córdoba– luego destinado a Eduardo Lonardi, una bella escultura inspirada en el tema clásico de la Piedad concebida por Luis Carlos Rovatti, con una alegoría patria que sostiene entre sus brazos a un soldado caído portando espada y antorcha.
Sergio López Martínez
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