viernes, 13 de agosto de 2021

RAÚL Y EMILITA [SERRANO] El ángel de la guarda o ángel custodio

RAÚL Y EMILITA [SERRANO]. Escena muy emotiva.

Foto personal tomada el 19 de junio de 2021
En esta placa podemos leer la siguiente inscripción: "X-2-1916. A mis idolatrados e inolvidables hijos RAÚL Y EMILITA. Recuerdo de su inconsolable madre. ADELA C. DE SERRANO". En la misma vemos un ángel que con sus alas desplegadas simbolizando acción cubre el busto de los dos niños, todo muy rodeado de diversas flores para simbolizar el afecto de esta madre. Esta placa conmemorativa se encunetra en la fachada del monumento funerario cuyos titulares son CX. BARÓN Y SERRANO y  esta firmada por el artesano que la realizó: Q. PIANA.
RECURSO.
EL ÁNGEL DE LA GUARDA
En un sugestivo libro titulado El arte religioso de la Contrarreforma, el historiador francés Emile Mâle explicó cómo a partir del siglo XVI se desarrolló una singular devoción a los ángeles, a los que se les empezó a dedicar capillas y altares. Entre todos ellos, hubo uno cuya devoción creció rápidamente: el Ángel de la Guarda o Ángel Custodio. Parece que el culto a este ángel se inició en Francia, por iniciativa del obispo François d’Estaing, quien le construyó una capilla en la iglesia de Rodez, le compuso un oficio religioso específico y consiguió que el Papa León X aprobara su festividad, a la que acudían multitud de peregrinos. La veneración al Ángel de la Guarda se propagó de manera intensa entre los católicos, en el contexto de las Guerras de Religión contra los protestantes, lo que dio lugar a cofradías, sermones, libros de oraciones y representaciones artísticas de todo tipo. Mâle justificaba semejante fervor de la siguiente forma: «Esos libros nos cuentan que un ángel nos acoge al nacer y nos ama desde nuestra infancia; camina a nuestro lado, vela por nosotros y cien veces, sin que lo sepamos, aparta de nosotros la muerte. Cuando éramos niños, tranquilizaba a nuestras madres, que sin él hubiesen vivido en inquietud perpetua. Ofrece a dios nuestras oraciones, esas pobres oraciones que, abandonadas a sí mismas, caerían, como dice Bossuet, por su propio peso. Nos defiende contra las tentaciones y no nos deja jamás que nos abatamos por nuestros fracasos […] Los encuentros decisivos de nuestra vida, los de un hombre, de un libro, de un gran pensamiento, son ángeles de Dios. El ángel de la guarda no abandona al cristiano después de su muerte; permanece cerca de él en el Purgatorio para consolarle, esperando la hora en la que podrá llevar su alma purificada al cielo; vela también por sus cenizas y las junta piadosamente en espera del gran día de la resurrección.»





No hay comentarios:

Publicar un comentario