miércoles, 8 de septiembre de 2021

MANDET Y DUMAIS. Simbología del acanto

 MANDET Y DUMAIS. Simbología del acanto.

Fotos personales tomadas el 19 de junio de 2021
En la parte superior de este frente tan rico en símbolos vemos una fecha que nos permite ubicarnos temporalmente: 1894. Un frente muy clásico con las conocidas columnas con capiteles corintios pero que esta vez vemos hojas de acanto que forman sobre la puerta como un arco de triunfo. Me llama la atención la mirada del querubín cuya cabeza pareciera custodiar la entrada y salida de una puerta que tiene un interesante vitral. En el tímpano del frontón vemos una corona de flores con el moño y cintas que simbolizan los lazos de familia o amistad.
RECURSO
Acepciones cristianas del acanto
Además de su presencia fácilmente detectable en muchas columnas de nuestras ciudades iberoamericanas, el acanto también aparece en algunas fuentes de agua,… simbolizando el dificultoso ascenso a lo más alto, en un gradual pasaje hasta estados de conciencia más elevados.
En el arte románico el acanto es usado como símbolo del sufrimiento y de la caída en la materia, donde siempre aparecen ligadas las espinas con el concepto cristiano del “valle de lágrimas” y del pecado original.
Sobre esto, dice un libro del siglo XVIII sobre la vida de Catalina de Siena: “Cuanto más agudo sea el dolor de las espinas en esta vida, tanto será de mayor preeciosidad en el Cielo la corona de la gloria; y los que buscan las flores y oro de los deleites en este valle de lágrimas, deben temer la intolerable diadema de espinas, que los ríos halagüeños de las delicias humanas no pueden evitar el fin de las amargas olas a donde corren”.
Desde esta perspectiva, el padre Ramiro de Pinedo sentencia: “La hoja del acanto (…) es una hoja de la que nacen espinas blandas al principio, que endureciéndose luego hieren fuertemente al que sin precaución las coge; y las espinas son símbolo de la solicitud y cuidado de las riquezas, de las concupiscencias y de los deleites del siglo, representando también el estímulo de la carne. Las hojas carnosas que estas espinas producen son la carne del pecado que con nosotros llevamos, de la que indefectiblemente nacen los vicios, débiles al principio, fuertes luego”.
Esta concepción de que el dolor y la negación del placer es un camino válido para alcanzar la felicidad en “otro mundo” ha sido una constante en la tradición monástica del cristianismo occidental, resumida en una frase de santa Marguerite Marie Alacoque: “Sólo el dolor hace sopor¬table la vida”.
En rigor de verdad, esta idea es absurda. Ni el placer ni el dolor pueden ser negados porque son una parte fundamental de nuestra vida en este plano y, como almas encarnadas, necesitamos de ambos para crecer en conciencia y descubrir nuestra naturaleza profunda. No es cierto que el mundo sea un “valle de lágrimas” y que hemos venido a sufrir. Más bien podríamos llamarlo un “gimnasio del Alma” donde somos entrenados, puestos a prueba, a fin de responder con habilidad a todos los desafíos que vayan apareciendo.
Las hojas espinosas de acanto nos revelan que las dificultades se terminan convirtiendo en escalones hacia lo más alto y que detrás de toda prueba hay una oportunidad. Ad astra per aspera.





No hay comentarios:

Publicar un comentario