lunes, 6 de septiembre de 2021

LUCIO VICENTE LÓPEZ. Un fragmento de LA GRAN ALDEA.

LUCIO VICENTE LOPEZ. Un entierro en la Recoleta relatado por un testigo fines del siglo XIX.

Fotos personales tomadas el 12 de septiembre de 2020.
El poder darle la palabra a un escritor que nos relata sus impresiones tanto del Cementerio de la Recoleta y la organización de un entierro es una oportunidad única. Les invito a deleitarse de este breve pasaje tomado de la obra LA GRAN ALDEA de Lucio Vicente López. Recomiendo su lectura integra como para ubicarnos en aquella aldea a punto de transformarse en gran ciudad.
RECURSO
UN TESTIMONIO HISTÓRICO.
La Gran Aldea Lucio Vicente López
Un entierro de fuste en Buenos Aires no necesita describirse: el empresario fúnebre conoce los gustos de la gran capital, en los que prepondera la gran aldea; el convoy tiene que hacer corso en la calle de Florida, no hay otra calle para ir a la Recoleta y, si a alguien se le ocurriera la idea de cambiar el itinerario, no sería difícil que el muerto o la muerta, siendo de la aristocracia o, sobre todo, de la gran política, resucitara protestando contra la variación de la ruta.
Mi tía había sido muy religiosa; aunque víctima en los últimos tiempos de un padre escolapio, que le había eliminado graciosamente algunos miles de pesos, su fervor por los frailes y monigotes corría parejo con sus entusiasmos políticos, de modo que a su entierro asistían todos los clérigos de las parroquias principales, correctos la mayor parte, y una delegación de cada cofradía: franciscanos, dominicos, etc., incorrectos desde el punto de vista de la higiene personal. Entre esta turba de cuervos negros y pardos no faltaba algún tribuno ultramontano, pedante atorado de suficiencia, orador sibilino y hueco, gran momia literaria, rellena de Blain y Hermosilla, specimen del gongorismo español, que, sentado en el carruaje de duelo, como si lo hubiesen clavado en una estaca, mantenía su gravedad solemne como para aparentar la profunda desolación que le causaba la muerte de aquella vieja cuyas virtudes corrían al fin parejas con la sinceridad de sus convicciones religiosas. Encabezando el grupo, iba la misma dignidad que ya hemos visto al lado del lecho mortuorio, con su uniforme carnavalesco de colorinches y su impasible cara de foca.
Mientras depositaban el cajón en la bóveda de la familia, yo me perdí en las calles del cementerio. ¡Cuánta vana pompa! ¡Cómo podía medirse allí, junto con los mamarrachos de la marmolería criolla, la imbecilidad y la soberbia humanas! Allí la tumba pomposa de un estanciero... muchas leguas de campo, muchas vacas; los cueros y las lanas han levantado ese mausoleo que no es ni el de Moreno, ni el de García, ni el de los guerreros, ni el de los grandes hombres de letras. Allí la regia sepultura de un avaro, más allá la de un imbécil... la pompa siguiéndolos en la muerte.
La Gran Aldea Lucio Vicente López




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