domingo, 10 de octubre de 2021

ROBERTO DUCHESNOIS. El dios protector y promotor del comercio.

 ROBERTO DUCHESNOIS. El Dios Mercurio/Hermes y el comercio.

Foto personal tomada el 14 de agosto de 2021.
Frecuentemente en las placas conmemorativas vemos aparecer la figura de este protector del comercio. En general nos limitamos a comunicar su nombre sin tener en cuenta la riqueza de su personalidad y el simbolismo que tenía y puede tener para quienes lo invocan. En esta placa Mercurio aparece como portador de una rama de roble para simbolizar una personalidad fuerte. No es neutro que su figura aparezca una y otra vez. En esta placa donde tiene un lugar tan importante podemos leer: "A ROBERTO DUCHESNOIS. Homenaje de sus colegas, los comisionistas oficiales de la Bolsa de Comercio. 5 de julio 1939". Los datos que hemos podido recopilar sobre esta personalidad nos dicen que: ROBERTO DUCHESNOIS. Nació alrededor del año 1867 en la Ciudad de Buenos Aires y falleció el 5 de julio de 1939 en la misma ciudad cuando contaba aproximadamente 72 años. Fue primero Tesorero y luego Presidente del Banco de la Nación.
RECURSO.
El clásico emblema de la Bolsa
Hermes/Mercurio, el dios greco-romano, aparece desde siempre en la simbología referida al comercio y, en particular, al mundo bursátil. Su imagen se repite por doquier en la arquitectura del Edificio de la BCBA
¿Qué representa un montón de piedras, dispuesto a manera de mojón (“herma”) para indicar una encrucijada en los arduos caminos de la Grecia Antigua? Se trata de una de las formas arcaicas de invocación al dios griego Hermes, en su versión de protector de los viajeros…, pero no es la única. La propia esencia de aquélla que seguramente ha sido la más humana de las deidades helenas define al personaje como “politropos” (el de múltiple ingenio) y, de hecho, Hermes ha tenido a través de la historia tantas caras como talentos y recursos.
Sin embargo, la milenaria herma interesará particularmente al lector vinculado con el mercado de capitales. En efecto, con cada piedra que los peregrinos -muchos de ellos mercaderes ambulantes- agregaban piadosamente al montón, la imaginería antigua fue configurando por siglos la noción de un dios encargado de amparar a quienes se dedicaban al comercio. Esta peculiar figura divina, empero, no cuidaría de sus fieles en actitud superior y reposada, desde un lejano Olimpo, sino que compartiría con ellos un mismo temperamento, caracterizado por la mente ágil, el mandato de estar siempre en movimiento, y un empeño a toda prueba. Allí nacería Hermes, bajo la sencilla pero útil forma de un mojón, en los polvorientos o cenagosos senderos que unían a las ciudades antiguas.
El “pétaso” (sombrero o yelmo alado) es uno de los más característicos atributos de Hermes/ Mercurio y representa el pensamiento ágil y elevado. Símbolo de la inteligencia, la astucia y la flexibilidad, el casco le otorgaba al dios el don de la invisibilidad…
¿Por qué, según esta representación originaria, aquél que con el tiempo se transformaría en el dios del comercio anuncia una encrucijada? “Hermes es, ante todo, el dios de la comunicación; el de los pasos difíciles, el de los caminos no marcados”, explica Carlos García Gual, catedrático de Filología Griega en la Universidad Complutense de Madrid, España. “Hermes protege los buenos encuentros e inspira la elocuencia persuasiva… Arropado por un ambicioso ingenio, es el dios de lo imprevisto, de la movilidad extrema, de los caminos salvajes, del espacio exterior -contrapuesto a la seguridad del hogar- con sus riesgos y ventajas. Es el gran mediador y, en síntesis, un dios que tiene su dominio en ese mundo que llamaríamos de la inteligencia práctica”.
Cualquier semejanza con los inversores bursátiles contemporáneos, claro está, no es mera coincidencia… ¿Qué otra cosa que una encrucijada permanente y cotidiana es, si no, la profesión del agente de Bolsa? En tal sentido, el proverbial consuelo de Hermes para el mercader peregrino, atormentado por una vida arrojada a los caminos y siempre lejos del hogar, es que la existencia no es sino incertidumbre: que sólo habrá futuro en tanto alguna encrucijada señale un nuevo camino por escoger, y que —como cantara Joan Manuel Serrat inspirado por Antonio Machado— el camino “se hace al andar”.
Zeus dialoga con su hijo Hermes. El instrumento de cuerdas que sostiene el Rey del Olimpo remite a la invención mítica de la lira o siringa, atribuida al Mensajero de los dioses. Las cintas blancas del “caduceo”, la “varita de oro” que Zeus regalara a Hermes , aparecen aquí bajo la forma de serpientes entrelazadas. Según cuenta una leyenda tardía, Hermes encontró en su camino a dos serpientes que se peleaban y les dio un golpe con su caduceo: amansados, los reptiles se enroscaron en la vara y le otorgaron al dios el poder de “ligar” y “disolver” las relaciones humanas. Para los antiguos romanos, el caduceo era símbolo del equilibrio moral y de la buena conducta. Por su parte, las alas que adornan la vara (presentes, alternativamente, en el pétaso, la cabeza, las sandalias o los pies de Mercurio) expresan la rapidez con que el dios se movía de un lugar a otro y representan la virtud de la diligencia.
Nacido en una caverna, hijo bastardo del rey de los dioses olímpicos Zeus/ Júpiter y de la ninfa Maya, Hermes debe gran parte de su popularidad en el mundo antiguo a la identificación positiva que su figura imperfecta suscitaba entre la gente común. En efecto, Hermes alcanzó su categoría divina por mérito propio, y se postuló así como modelo de la evolución humana a partir del desarrollo racional y sostenido de las capacidades personales. Según relata la mitología griega, el precoz y algo mentiroso niño Hermes no solicitó a Zeus ninguno de los privilegios que el Rey del Olimpo podría haberle otorgado con su sola voluntad. En cambio, para redimirse de sus mentiras infantiles, Hermes pidió a su padre un empleo: “Nómbrame heraldo tuyo. Yo me haré responsable de la seguridad de toda la propiedad de los dioses y nunca más volveré a mentir”. Zeus accedió, pero subió la apuesta: “Tus deberes incluirán la conclusión de tratados, la promoción del comercio, y el mantenimiento de la libertad de tránsito de los viajeros por todos los caminos del mundo”.
El erudito inglés en historia antigua, Robert Graves, relata así el final de la consagración olímpica: “Cuando Hermes aceptó esas condiciones, Zeus le dio un báculo de heraldo con cintas blancas que todos debían respetar (el caduceo), un sombrero redondo (el pétaso) para que se guardara de la lluvia, y sandalias de oro aladas que lo llevaban de un lado a otro con la rapidez del viento”. Provisto de estos “obsequios”, que más bien parecen accesorios de un uniforme de trabajo, Hermes contribuyó a la composición del alfabeto para la escritura: institución humana que, mucho antes de utilizarse para fines burocráticos, educativos o historiográficos, estuvo vinculada con la contabilidad de los bienes económicos. La asimilación de la religión griega por parte de la Antigua Roma consolidó al dios como patrón del comercio, y así Hermes se transformó en Mercurio (nombre que comparte la raíz etimológica merx con la palabra “mercancía” y los términos que de ella se derivan).
La plata va y viene
En la época del Imperio Romano, Mercurio reforzó su identificación popular con las ganancias repentinas e inesperadas. Al cabo de un derrotero histórico simbólico prolongado hasta los tiempos modernos, durante el cual el caduceo que remitía al bastón del heraldo y del peregrino fue re-interpretado como una “varita de oro” o “vara de la buena fortuna”, Mercurio iniciaría su evolución en términos de emblema canónico de las Bolsas y mercados de valores.
Erigido en el Circo Máximo de Roma en 495 a.C., el Templo de Mercurio era el sitio más propicio para adorar al dios, puesto que además de la gran pista de carreras se había establecido allí un importante centro de comercio. Durante el reinado de Claudio (41 a.C.54 d.C.), el desastroso estado financiero legado por Calígula obligó al nuevo emperador a vender las ofrendas acumuladas que los mercaderes y comerciantes romanos habían entregado por años a los templos de Mercurio y de otros dioses.
La perspectiva histórica sugiere que aquella drástica iniciativa, probablemente considerada sacrílega en su momento, no fue sino la más razonable y prudente acción de gobierno de un rey preocupado por el bienestar de su pueblo. Una medida ingeniosa, práctica y eficaz. Digna inspiración del propio Hermes al más humilde y sensato de los emperadores romanos, por cierto.
Una de las tantas enseñanzas que el mundo grecolatino antiguo ha inmortalizado, en este caso a través de la figura de Hermes/Mercurio, es la relativa al carácter transitorio de todo aquello que existe en el universo, incluidos el dinero y los bienes materiales. La riqueza que no cambia de manos, que no se transforma en otras cosas valiosas o superfluas, que -en síntesis- encuentra como único destino la acumulación perpetua, es un don condenado a muerte antes de tiempo. “Considera, si no te convencen mis palabras, qué tempestad, qué triple ola de desgracias te caerá inexorablemente encima”, advierte a sus contemporáneos y a la posteridad el poeta trágico Esquilo en Prometeo encadenado, a través de Hermes. “No olvidéis lo que ahora os prevengo, y cuando seáis botín de la calamidad no reprochéis a la fortuna”…



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